¡Despierta hierro!

A nadie se le escapa la fama y valor que los vikingos mostraron durante siglos en toda Europa. Sus incursiones hicieron temblar a todo un imperio sacro que se vio incapaz de contener las hordas del norte que con ferocidad arrasaban todo a su paso. Pero… ¿Quién podría pensar que entre montes y valles de la península Ibérica se gestaban y nacían unos guerreros tan temidos como los nórdicos? En plena edad media pasaron de ser parias repudiados por otros cristianos, a orgullo de reyes, deseosos de contar entre sus legiones con tan diestros y salvajes contendientes. La reputación y el miedo que los reinos moros procesaban hacia estos hombres, hicieron que con un nombre los definieran: “Almogávar”, o provocador de algaradas. Gentes rudas, montañeses que, de vez en vez, hacían incursiones en tierras del Islam saqueando, matando y haciendo esclavos.

El siglo XIII se conocerá en la historia de la península por la sangre derramada por dos razas que pocas veces llegaron a entenderse. En este contexto histórico, el destino de un joven Raúl está ineludiblemente unido a los almogávares. Todos sus pasos, sus acciones y su corazón, hacen que su alma, al unísono con la de sus compañeros, griten: ¡DESPERTA FERRO!

Las malas decisiones lo condenan, las ambiciones de los hombres le hieren y las leyes de Dios le alejan de la única mujer que contiene al guerrero insaciable. El fervor que ha corrido por sus venas desde que era un niño hasta convertirse en hombre, ha labrado con muerte su persona. Mal fin el de sus enemigos si un día le faltase ella.